domingo, 3 de junio de 2007

EN LA CIUDAD DE MIS PENAS


EN LA CIUDAD DE MIS PENAS

Con los ojos sumergidos
en la ciudad de mis penas
escucho en mi mente el eco
de unos pasos que se alejan
y borracho de recuerdos
y vencido por la niebla,
elevo al cielo mis ganas
y aparecen en escena
sus ojos enamorados,
sus pechos y sus caderas,
y unos besos recorriendo
el manantial de sus piernas.
¿Si la amaba, me preguntas?
¿Quién lo sabe a ciencia cierta?
Han pasado tantos años
y el duende que nos uniera
dejó su cuerpo encerrado
en alguna ciudadela
para que yo en mi agonía
no diera más con su huella.
Pero el recuerdo perenne
de su negra cabellera
se ha prendido de mi alma
como se prende la hiedra
al silencio de los muros
y al tronco de las palmeras.

Tanto tiempo la he soñado
tanto tiempo que mis piernas
se insubordinan cansadas
al paso de mis ideas.
Pero pronuncio su nombre
y parece que volviera
a aquellos años dichosos,
a la misma biblioteca
donde la vieron mis ojos
enfrascada en sus tareas.
En aquel mágico instante
cruzando yo por la puerta
me dedicó una sonrisa
entre tímida y discreta.
Respondí a su atrevimiento
acercándome a su mesa
y adiviné por sus libros
que estudiaba mi carrera.
Me contempló sorprendida
y la luz de su belleza
se me antojaba salida
del regazo de una estrella.
Desde aquel preciso instante
hice que me conociera
y compartimos hechizos
y atravesamos la meta
de la vida y de los sueños,
y para mayor sorpresa
el amor se hizo gigante
y firme como las piedras.

Pero la vida en su curso
por propia naturaleza
nos preparaba el destino
aquel que nadie desea.
Nos amamos dulcemente
pero tamaña grandeza
se nos rompió entre las manos
y una madrugada incierta
ella renunció a mis besos
dejándome esta ceguera
y un aluvión de recuerdos
de los que soy albacea.
La vi partir lentamente
y al instante la tristeza
colgó en mi pecho la muerte
como cuelga una presea.
Su ausencia cual vendavales
desordenó las mareas
y de repente aquel barco
que su amor me concediera
quedó deshecho en la playa
esparciendo sus maderas.
De la tormenta ha quedado
junto con su cabellera
el tesoro de sus labios
y el ruido de mis botellas,
y una flor adormecida
soñando que ella está cerca
y confundiendo sus luces
con las luces de mi hoguera.

TADEO

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