LA INQUILINA
Sentí en su voz la eternidad del fuego.
Entrando en la mansión que hay en mi boca,
jugaba mucho y mal su suerte poca
cayendo al interior de un pozo ciego.
El verbo se hizo carne, pero luego
de mármol quiso ser, de blanca roca
y yo fui el escultor que la retoca
poniendo a su ilusión un rostro griego.
Un tiempo fui su hogar en la neblina,
de bronce emocional, de vidrio y plomo
dejando que la rústica inquilina
me diera algún valor , pues me desplomo
al mínimo contacto, por ser ruina
que nadie sabe amar ni encuentra cómo.
TADEO
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