sábado, 6 de septiembre de 2008

LA CULPA DE ODISEO


LA CULPA DE ODISEO

Perniciosa es la carne de las hijas del sol
y tibia y perfumada.
Yo supe del amor que Circe regalaba en su alcoba flotante
con toda la humedad sobre su cuerpo
y aquella vocación de enredadera donde todo perece,
también mi voluntad.

Tu nombre es Odiseo, y mi fuego te cela.
Mi cuerpo te esperaba
porque Dios ha querido que naufragues en él.
No intentes escapar porque la suerte hoy brilla de mi lado
y gusta obedecerme.
Sin soles no hay esposa, ni velas que te impulsen
al destino que añoras.
Ya ves que digo fuego y mueren los bajeles,
pues mi padre es el sol.

Desnuda permaneces en tu serenidad de carne peligrosa.
Yo, soy de Poseidón y de tus carnes prisionero,
encadenado al Hades del ciclón de las horas,
desprovisto de escudo o manantial con que gritar mi nombre,
decir cuántos milagros me sostienen,
en qué trozo de Olimpo se funda mi linaje.

Aquí, tu habitación pertrechada de sombras,
sagrada y transparente,
repleta de cortinas del color de la mar
donde escriben las olas sus mojadas historias.


He preguntado desde mi ambigua eternidad
cuándo muere la tarde,
también algo está muriendo en mí
con estos soles que extravió el otoño,
esas jaulas de fuego donde meter las manos sin miedo a renacer.

En la ventana estás tú de espaldas a mis sueños
mirando los designios del oleaje.
El sol se está colando entre tus piernas.
He besado la luz que viene de tu sexo,
el mar entre los dos naufragios de tus piernas,
y tú, luna eclipsada, con los cabellos rodando por tu cuerpo
como las penas de un sauce llorón.

Una mano suspira en la ventana
y la otra comprueba el chirriar de tus senos,
ese temblor de carne que agita al corazón,
esa turgencia invadiendo mi mente,
henchido en los destellos que vienen de la tarde,
esa misma demencia que se nos viene encima como un rayo de arena.

Yo me he puesto a mirarte como cualquier vigía
con el torso desnudo y suplicante,
quitando una tras otras las cáscaras de mí,
esa corteza que me hace parecer indiferente.

Mi boca engulle ese rayo de luz que viene de tu sexo
con meditada gracia,
y se posa en el mío como pidiendo jugar a los amores.

Un caballo ha pasado en la luz galopando
y tú te das la vuelta y me preguntas
si los caballos suelen fantasear.

Yo respondo, apenas por sentir mi voz en tu espesura:
“Sólo vuela el que está predestinado”,
y salgo volando y te beso encima de un diamante,
y en vuelo de regreso me descuelgo en mi almohada
como un trozo de nube.

Ahora que me apunta el arma de tus senos,
la luz entre tus piernas se aproxima
como si un sexo radiante me concediera el día.
Yo digo: “no respires cuando parezcas niña”
quiero dejar el instante de ese aire que eclosiona en tu cuerpo
durmiendo para siempre en el laurel.

Tus brazos reconcilian su feliz andamiaje aleteando en el viento,
esparciendo sonidos y otras iridiscencias propicias al deseo.

Acercas tu sabor hacia mi cuerpo,
tu extremidad de luz y mi enjaulada sombra
se saludan marciales en medio de las sábanas,
ardientes, predispuestos a devorarlo todo en la complicidad de los ardores.

Abrazados, piel de diosa contra mi piel fatal,
has preguntado por el sabor eterno de la carne del viento,
como en un ejercicio de cruce de estrategias,
he visto tus pezones afilarse,
cortar mi corazón en dos ciudades,
mi víscera latente de patitas en la calle Placer,
sin unos abedules en donde guarecerme de tu feliz tornado,
sin un encrucijada donde soltar las riendas
a estos caballos precoces que me habitan.

Es la flor que se me viene encima,
sus dedos olorosos,
olor a luz divina lubricada y sedienta,
tropiezo en su humedad y me confundo con el cristal del tiempo,
con el jarrón del tiempo detenido.
Es la suerte plural que ha repartido naipes
para echar la partida donde ganarlo todo:
el agua y los planetas,
los mundos interiores que descubro imprudente
allí donde se siente tu herida más jugosa.

Entro en ti como quien se arrepiente
de haber estado distante alguna vez.
Entro en ti y tu cuerpo se expande, y late y ruge
y se convierte en estación de penitencia y fuego,
un potro de ternura donde querer morir.

Tú dices con tu voz de rosa despistada:
"Estoy volando"
¿Será que de tu amor tengo las manos llenas?
Yo sonrío y sigo mi camino entre las islas de tu piel,
entre los arrecifes golpeados por las olas del mar de la ilusión.
Amor en sempiterno ejercicio de vuelo,
como esas reses que desde el viento lloran
mientras nos contagiamos el miedo a la aventura.

Me dices que gritan de placer las caracolas,
esas perlas que cantan de memoria
la ambición y la lumbre robada a los mortales.
Yo sigo por tu cuerpo jugando al escondite,
recolectando conchas en tu playa interior,
en tus arenas calientes y hechizadas,
oigo peces que tercamente esperan,
y restos de naufragios,
y un pescador que dice:
”Aquí ardieron el roble y el naranjo”.

Aplaudo con las manos cosidas al destino
porque fuera estás tú pariendo los peces de colores,
peces fatuos arañando la luz.

Mis manos son bajeles que van de norte a sur,
luego de sur a sur, dejando a tus caderas extraviadas.
Es el bajel de amor que va y viene de ti sin despeinarse,
es la marcha triunfal,
un himno para un susto de piano o de guitarra.
La guitarra eres tú y el piano está en tu sombra.

Yo soy el charco del llanto de Penélope
la noche en que lloró la culpa de Odiseo.

Mi alma resuena como una catedral silente a media noche,
las luces ya no están,
tampoco la promesa del semidiós bendito
que encontró alguna vez la fragua de la fe.

Amar y despeñarse,
mi cuerpo suspendido calle abajo, culpa abajo,
como si fuera demasiado tarde en la costumbre
y ya no hubieran puertas para salir de ti.

Miro estas lágrimas con que te poseo,
gravada en ellas mi vocación de estrella,
de relámpago sedoso,
de perro trasnochado en tu dulzura.

Fin del acto de amar y suicidarse.
Salgo de ti en puntillas para no divorciarte del rumbo del amor.
Entonces ya eres humo horizontal,
o esa canción salida de la flauta de un niño con serpientes.

Es Odiseo, quien llora conmovido y triste
en esta habitación en que pulula mi cuerpo a la intemperie,
tú eres la carne que mi tronco hirió.

¡Cuántas veces soñé con volver de mí mismo!
Es Dios el que se empeña en maldecir mi cuerpo
y ya no pude más.
Otros vendrán a darme la mordida con su apetito inmenso,
renegarán de mí, o dirán en mi nombre otras historias.

Nadie puede obligarme a maldecir la carne,
a jugarme la vida contra el fuego que todo lo posee.

Tanta mitad de mí pereció en el intento,
tantas veces nadé con la sal en la herida,
con esa extraña lluvia naufragándome el alma.
Yo quise navegar y no encontré una patria mayor que la deriva.

¿Cómo escapar de Circe si su cuerpo es la lumbre?
¿Qué demonio en la sombra podrá culparme ahora?

TADEO

8 comentarios:

Cynthia dijo...

Culpa.. deseo.. pasion.. locura.. emocion.. una mezcla perfecta.. como el texto y sus imagenes que invitan con o sin culpa a navegar las sensaciones de disfrutarnos.

Cariños.

Anónimo dijo...

Hola Tadeo, hace días que estoy pensando en este poema, hasta pensé que no te lo había comentado en tu blog, lo había hecho en BV; ahora me lo encuentro, y qué satisfacción me has dado. Es muy bella ésta versión, ese ambiente que construyes verso a verso es único, puedes cambiar y sigue estando esa ventana, las cortinas, el ensueño, luego la noche, la catedral abandonada, el caballo, el oleaje, los cuerpos...gracias por traerlo de nuevo. Te felicito por tan excelente trabajo.
Besitos.

JOSÉ TADEO TÁPANES ZERQUERA dijo...

Hola Cynthia:
Qué bueno tenerte por mis versos. Me alegra que este largo poema te haya gustado. Besitos:
Tadeo

JOSÉ TADEO TÁPANES ZERQUERA dijo...

Querida Naná:
Me alegra mucho que tenerte comentando este poema. Siempre es una apuesta arriesgada escribir un texto tan largo y complejo como éste, pero me alegra saber que te gusta.
Sabes, me pone nervioso postear verso libre, porque aunque muchos me lo piden, luego cuando cuelgo estos poemas, la gente se queda callada y no dice ni pio. Jejeje. Besitos:
Tadeo

Raquel Graciela Fernández dijo...

Tadeo, tu poema es maravilloso, recrea a la perfección una historia que siempre me sedujo.
Te felicito, es un texto muy bueno.
Un abrazo.

JOSÉ TADEO TÁPANES ZERQUERA dijo...

Querida Raquel:
Pocas veces se me ve colgar verso libre, así que esto es casi una rara excepción. Me alegra que te haya gustado, pues sé que sabes mucho de este tipo de poesía. Besitos:
Tadeo

© José A. Socorro-Noray dijo...

Excelente y bellísimo poema.
Ulises siempre vivo.
En el fondo todos buscamos llegar a Ítaca.

Un abrazo

JOSÉ TADEO TÁPANES ZERQUERA dijo...

Hola Noray.
Muchas gracias por tu visita a mis versos libres. Dices bien, todos añoramos a nuestra Itaca, aunque nos hayamos dejado querer por Cirse. Un abrazo:
Tadeo