martes, 30 de septiembre de 2008

LA CARTA DE LA LUNA


LA CARTA DE LA LUNA

Has vuelto a preguntarme por la luna
clavándome un puñal en la añoranza,
y pones otra vez en la balanza
las noches que gocé de su fortuna.

Las cartas del Tarot, una por una,
deshojan el maná de la esperanza,
el loco, el ermitaño, la templanza,
escurren en tu mente su laguna.

Retiro de tus manos los cartones
que te dejan llorando entre mis brazos
esclava de tus trágicas pasiones.

Y luego, junto a gritos y portazos
me lanzas, tras bajar los escalones,
la carta de la luna en mil pedazos.

TADEO

jueves, 25 de septiembre de 2008

SI QUIERES INTENTARLO


SI QUIERES INTENTARLO

Si quieres intentarlo todavía
que me lo diga el viento, o el cuchillo
de cortar ilusiones. Soy el brillo
del faro de los sueños, el vigía

que inventa en soledad su compañía,
el humo que sostiene al cigarrillo.
Si quieres intentarlo, sé martillo
del yunque forjador de la alegría.

Que yo vivo en el aire, suspendido,
como el nido que fui, sin más halcones
que el ave sempiterna del olvido.

Si vienes y me dices: "soy paloma,
no más halcón", de mis lamentaciones
el muro, piedra a piedra, se desploma.

TADEO

jueves, 18 de septiembre de 2008

LA GRAN MURALLA


LA GRAN MURALLA

Por la muralla china conmovido
y conmovido al contemplar su boca,
pregunto si le ofende o si le choca
que diga que me encanta su vestido.

Pregunto por saber, y acto seguido
de miedos, la muralla se coloca,
y sufre el sentimiento y se disloca
tras el acto imprudente cometido.

¿De qué verso de Dios estamos hechos?
La vista puse en ti, resucitando
la vocación de fruta de tus pechos.

¿De qué filón del cielo, tierno y blando
tus ojos provendrán, que insatisfechos
les confesé mi amor y están llorando?

TADEO

sábado, 13 de septiembre de 2008

DETENIDO


DETENIDO

El tiempo cayó preso, detenido
por un acto de lesa cobardía.
¡Inocente, inocente, repetía,
conmigo se equivocan, yo no he sido!

¿Cómo pueden tratarme cual bandido
que asesina o que roba? Cada día
me entrego a la feliz monotonía
de ordenar en mi cuerpo lo ocurrido.

Lo siento por la víctima que llora
vencido, de su cólera poseso.
Todo sigue su curso y cada hora

nos marca, por virtud de este proceso
que el amor, como todo, se evapora.
No pueden detenerme a mí por eso.

TADEO

sábado, 6 de septiembre de 2008

LA CULPA DE ODISEO


LA CULPA DE ODISEO

Perniciosa es la carne de las hijas del sol
y tibia y perfumada.
Yo supe del amor que Circe regalaba en su alcoba flotante
con toda la humedad sobre su cuerpo
y aquella vocación de enredadera donde todo perece,
también mi voluntad.

Tu nombre es Odiseo, y mi fuego te cela.
Mi cuerpo te esperaba
porque Dios ha querido que naufragues en él.
No intentes escapar porque la suerte hoy brilla de mi lado
y gusta obedecerme.
Sin soles no hay esposa, ni velas que te impulsen
al destino que añoras.
Ya ves que digo fuego y mueren los bajeles,
pues mi padre es el sol.

Desnuda permaneces en tu serenidad de carne peligrosa.
Yo, soy de Poseidón y de tus carnes prisionero,
encadenado al Hades del ciclón de las horas,
desprovisto de escudo o manantial con que gritar mi nombre,
decir cuántos milagros me sostienen,
en qué trozo de Olimpo se funda mi linaje.

Aquí, tu habitación pertrechada de sombras,
sagrada y transparente,
repleta de cortinas del color de la mar
donde escriben las olas sus mojadas historias.


He preguntado desde mi ambigua eternidad
cuándo muere la tarde,
también algo está muriendo en mí
con estos soles que extravió el otoño,
esas jaulas de fuego donde meter las manos sin miedo a renacer.

En la ventana estás tú de espaldas a mis sueños
mirando los designios del oleaje.
El sol se está colando entre tus piernas.
He besado la luz que viene de tu sexo,
el mar entre los dos naufragios de tus piernas,
y tú, luna eclipsada, con los cabellos rodando por tu cuerpo
como las penas de un sauce llorón.

Una mano suspira en la ventana
y la otra comprueba el chirriar de tus senos,
ese temblor de carne que agita al corazón,
esa turgencia invadiendo mi mente,
henchido en los destellos que vienen de la tarde,
esa misma demencia que se nos viene encima como un rayo de arena.

Yo me he puesto a mirarte como cualquier vigía
con el torso desnudo y suplicante,
quitando una tras otras las cáscaras de mí,
esa corteza que me hace parecer indiferente.

Mi boca engulle ese rayo de luz que viene de tu sexo
con meditada gracia,
y se posa en el mío como pidiendo jugar a los amores.

Un caballo ha pasado en la luz galopando
y tú te das la vuelta y me preguntas
si los caballos suelen fantasear.

Yo respondo, apenas por sentir mi voz en tu espesura:
“Sólo vuela el que está predestinado”,
y salgo volando y te beso encima de un diamante,
y en vuelo de regreso me descuelgo en mi almohada
como un trozo de nube.

Ahora que me apunta el arma de tus senos,
la luz entre tus piernas se aproxima
como si un sexo radiante me concediera el día.
Yo digo: “no respires cuando parezcas niña”
quiero dejar el instante de ese aire que eclosiona en tu cuerpo
durmiendo para siempre en el laurel.

Tus brazos reconcilian su feliz andamiaje aleteando en el viento,
esparciendo sonidos y otras iridiscencias propicias al deseo.

Acercas tu sabor hacia mi cuerpo,
tu extremidad de luz y mi enjaulada sombra
se saludan marciales en medio de las sábanas,
ardientes, predispuestos a devorarlo todo en la complicidad de los ardores.

Abrazados, piel de diosa contra mi piel fatal,
has preguntado por el sabor eterno de la carne del viento,
como en un ejercicio de cruce de estrategias,
he visto tus pezones afilarse,
cortar mi corazón en dos ciudades,
mi víscera latente de patitas en la calle Placer,
sin unos abedules en donde guarecerme de tu feliz tornado,
sin un encrucijada donde soltar las riendas
a estos caballos precoces que me habitan.

Es la flor que se me viene encima,
sus dedos olorosos,
olor a luz divina lubricada y sedienta,
tropiezo en su humedad y me confundo con el cristal del tiempo,
con el jarrón del tiempo detenido.
Es la suerte plural que ha repartido naipes
para echar la partida donde ganarlo todo:
el agua y los planetas,
los mundos interiores que descubro imprudente
allí donde se siente tu herida más jugosa.

Entro en ti como quien se arrepiente
de haber estado distante alguna vez.
Entro en ti y tu cuerpo se expande, y late y ruge
y se convierte en estación de penitencia y fuego,
un potro de ternura donde querer morir.

Tú dices con tu voz de rosa despistada:
"Estoy volando"
¿Será que de tu amor tengo las manos llenas?
Yo sonrío y sigo mi camino entre las islas de tu piel,
entre los arrecifes golpeados por las olas del mar de la ilusión.
Amor en sempiterno ejercicio de vuelo,
como esas reses que desde el viento lloran
mientras nos contagiamos el miedo a la aventura.

Me dices que gritan de placer las caracolas,
esas perlas que cantan de memoria
la ambición y la lumbre robada a los mortales.
Yo sigo por tu cuerpo jugando al escondite,
recolectando conchas en tu playa interior,
en tus arenas calientes y hechizadas,
oigo peces que tercamente esperan,
y restos de naufragios,
y un pescador que dice:
”Aquí ardieron el roble y el naranjo”.

Aplaudo con las manos cosidas al destino
porque fuera estás tú pariendo los peces de colores,
peces fatuos arañando la luz.

Mis manos son bajeles que van de norte a sur,
luego de sur a sur, dejando a tus caderas extraviadas.
Es el bajel de amor que va y viene de ti sin despeinarse,
es la marcha triunfal,
un himno para un susto de piano o de guitarra.
La guitarra eres tú y el piano está en tu sombra.

Yo soy el charco del llanto de Penélope
la noche en que lloró la culpa de Odiseo.

Mi alma resuena como una catedral silente a media noche,
las luces ya no están,
tampoco la promesa del semidiós bendito
que encontró alguna vez la fragua de la fe.

Amar y despeñarse,
mi cuerpo suspendido calle abajo, culpa abajo,
como si fuera demasiado tarde en la costumbre
y ya no hubieran puertas para salir de ti.

Miro estas lágrimas con que te poseo,
gravada en ellas mi vocación de estrella,
de relámpago sedoso,
de perro trasnochado en tu dulzura.

Fin del acto de amar y suicidarse.
Salgo de ti en puntillas para no divorciarte del rumbo del amor.
Entonces ya eres humo horizontal,
o esa canción salida de la flauta de un niño con serpientes.

Es Odiseo, quien llora conmovido y triste
en esta habitación en que pulula mi cuerpo a la intemperie,
tú eres la carne que mi tronco hirió.

¡Cuántas veces soñé con volver de mí mismo!
Es Dios el que se empeña en maldecir mi cuerpo
y ya no pude más.
Otros vendrán a darme la mordida con su apetito inmenso,
renegarán de mí, o dirán en mi nombre otras historias.

Nadie puede obligarme a maldecir la carne,
a jugarme la vida contra el fuego que todo lo posee.

Tanta mitad de mí pereció en el intento,
tantas veces nadé con la sal en la herida,
con esa extraña lluvia naufragándome el alma.
Yo quise navegar y no encontré una patria mayor que la deriva.

¿Cómo escapar de Circe si su cuerpo es la lumbre?
¿Qué demonio en la sombra podrá culparme ahora?

TADEO

lunes, 1 de septiembre de 2008

PECHOS


PECHOS

En el nombre del hijo y su provecho
aplacas mi insistencia que, lasciva,
se empeña en conquistar con su saliva
la cumbre deliciosa de tu pecho.

Has dicho: “corazón, tienes derecho
a gozar de mi cuerpo en relativa
limitación, y siendo comprensiva
con uno te darás por satisfecho”.

“Te doy el que tu quieras, pero escoge
con tino porque luego de la entrega
el pecho que rechaces se recoge”.

-El izquierdo, propuse yo, estratega,
y aunque reconocerlo me sonroje
me muero por robarle el que me niega.

TADEO