VIDAS
ALQUILADAS
Dios
nos mandaba, sin morir, al cielo,
ardientes
nuestras vidas alquiladas,
y
allí donde se nublan las miradas
compraba,
de los cuerpos, el consuelo.
En
ese carrusel de terciopelo
y plumas
invisibles perfumadas,
chocaban
nuestras piernas como espadas
fundiéndose
el placer con el desvelo.
Cual
barco gris que la tormenta anhela,
hundido
yo en el mal, como al descuido,
borraba
del dolor la negra estela.
Ave
fatal que la quietud del nido
profana
sin saber a dónde vuela
perdiéndose
en las noches del olvido.
TADEO
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